Orígenes

Un movimiento profético

La raíz histórica de la Iglesia Adventista es la Santa Biblia y las enseñanzas que la Palabra de Dios contiene. Sus fundadores y pioneros se caracterizaron por un profundo deseo de estudiar y enseñar los valores y principios contenidos en el libro sagrado del cristianismo.

Un matemático, un jesuita y un granjero

El surgimiento del adventismo se enmarca dentro del segundo gran despertar religioso, ocurrido durante la primera mitad del siglo XIX. La inestabilidad político-social —provocada por las Guerras Napoleónicas— suscitó un reavivamiento en el estudio de las profecías bíblicas por parte un grupo interdenominacional de protestantes, quienes consideraron acontecimientos como el Terremoto de Lisboa de 1755, el Día oscuro de Nueva Inglaterra en 1780 y la lluvia de meteoros de 1833, como señales del inminente retorno de Jesucristo. El interés profético fue estimulado por los estudios apocalípticos de Isaac Newton y por la obra La venida del Mesías en gloria y majestad del jesuita chileno Manuel Lacunza.

Uno de los creyentes más entusiastas fue William Miller, un granjero bautista de Nueva York, quien en 1818, tras dos años de intenso estudio de las profecías bíblicas, llegó a la conclusión —basándose en textos como Daniel 8:14 y aplicando el principio día por año— que Jesucristo volvería a la tierra alrededor del año 1843.

Millerismo y el gran chasco

En 1831, Miller comenzó a propagar sus ideas, dando inicio a un movimiento que atrajo a unas cincuenta mil personas de distintas confesiones religiosas, muchos de los cuales fueron expulsados de sus iglesias de origen al adherirse al Millerismo.

Las ideas de Miller fueron difundidas por Joshua V. Himes, pastor bautista, mediante la edición de las revistas Signs of the Times y The Midnight Cry, y la publicación de numerosos folletos y panfletos. Junto a Himes y otros líderes, Miller fijó definitivamente la fecha del regreso de Cristo para el 22 de octubre de 1844. Cuando esto no ocurrió, la mayoría de sus seguidores abandonaron el movimiento, retornando a sus iglesias de origen.

El remanente fiel

Un grupo minoritario continuó estudiando los textos bíblicos, intentando encontrar una respuesta a la fallida predicción. Algunos llegaron a la conclusión de que los cálculos de Miller eran correctos, pero había errado en la interpretación de la «purificación del santuario» mencionada en Daniel 8:14. Ellos consideraron que el texto se refería a la «purificación del santuario celestial» y no a la segunda venida de Cristo, acontecimiento que continuaron considerando inminente, pero evitando en lo sucesivo señalar una fecha concreta.

Dentro de este grupo destacaban Hiram Edson, impulsor de la doctrina del santuario celestial; Joseph Bates, marino jubilado que había invertido toda su fortuna en la propagación del mensaje millerita; y James White y Ellen Harmon, quienes contrajeron matrimonio en 1846. Bates se convirtió en el el principal defensor de la observancia del sábado como día de reposo, creencia adoptada de los Bautistas del Séptimo Día, y pronto aceptada por los líderes del movimiento adventista.

«No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada.»

Ellen White, Notas biográficas pág. 216

Organización de la iglesia

Inicialmente, los adherentes del millerismo no tenían la intención del formar una nueva iglesia, pero tras el gran chasco se vieron en la necesidad de contar con una institución que coordinara la difusión de sus creencias. En 1853 —como primer paso hacia una organización formal— se inició la entrega de credenciales pastorales, y en 1860 los creyentes acordaron la creación de una entidad que pudiera ser legalmente propietaria de las casas de culto y de una imprenta adquirida en 1855, que hasta ese momento se encontraban a nombre de James White. En la asamblea, celebrada en Battle Creek, Michigan, escogieron ser conocidos como adventistas del séptimo día.

La organización oficial de la iglesia se realizó el 21 de mayo de 1863, al constituirse la Asociación General de los adventistas del séptimo día, que contaba inicialmente con 3500 miembros, distribuidos en 125 iglesias que eran dirigidas por 30 pastores.

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